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El principio de la tierra

En el principio de los tiempos, en el corazón de las vastas llanuras guaraníes, reinaba la soledad, y el universo yacía en silencio. Allí, en ese vacío, el Dios Creador Ñamandu emergió de la nada, creándose a sí mismo a partir de la oscuridad eterna.

 

En su soledad, Ñamandu decidió que era hora de dar vida al mundo, de poblar la tierra con seres que pudieran apreciar su creación. Así, en su sabiduría infinita, el dios empezó por crear el lenguaje, las palabras que darían voz a su creación.
 

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Pero Ñamandu no quería estar solo en su labor. Decidió crear a otros dioses, cuatro parejas divinas, quienes a su vez darían origen a más dioses.

 

En conjunto, estas deidades serían guardianes y creadores de la tierra que estaba por nacer.

Con su bastón mágico, Ñamandu inició la creación de la tierra misma. La punta del bastón comenzó a engordar lentamente, liberando la Tierra de su prisión inicial. Así, la Tierra emergió, poco a poco, como un regalo del dios Creador.
 

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Para mantener la Tierra en su lugar, Ñamandu creó cinco palmeras que se alzaron en los puntos cardinales, anclando firmemente el mundo. Estas palmeras, dones eternos de Ñamandu, aseguraron la estabilidad del planeta y la promesa de una vida próspera.

El cielo, sostenido por cuatro columnas de madera, se mantuvo en su lugar sobre la Tierra, en equilibrio perfecto. Las primeras criaturas surgieron, cada una con su propia belleza y propósito.

 

El colibrí fue el primero en alzar el vuelo, la víbora la primera en arrastrarse, y la cigarra cantó la primera canción.
 

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Ñamandu cubrió la Tierra con una selva exuberante y frondosa.

 

Para crear espacios sin árboles, dio vida a la langosta, que con su cola plantaba pasto y despejaba la vegetación.

 

De esta manera, nacieron las llanuras, y la perdiz, con su canto alegre, encontró un hogar allí.

 

Luego, el tatú llegó para escarbar la tierra, mientras la lechuza reinaba en la oscuridad de la noche, siendo la guardiana de los secretos nocturnos.

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Así, Ñamandu creó una variedad asombrosa de animales y plantas, y dio vida a los primeros hombres y mujeres, que poblaron la tierra con gratitud y respeto por su divina creación.

 

Con el paso del tiempo, algunos seres humanos se desviaron del camino de la bondad y la armonía, lo que preocupó a los dioses.

 

Para restablecer el equilibrio, decidieron enviar un diluvio que inundara la Tierra.

 

Los buenos ascendieron al cielo con Ñamandu, mientras los malos se transformaron en criaturas como ranas y peces.

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Luego, Ñamandu encomendó a Jakaira, uno de los dioses, y su hijo Pa-pa Mirí, la tarea de recrear la Tierra. Pa-pa Mirí trabajó incansablemente, dando forma a nuevos paisajes, creando ríos y arroyos, y llenando la tierra de vida.

 

Antes de terminar su labor, Pa-pa Mirí fue llamado por su madre divina, dejando la tierra incompleta.

 

Se dice que las montañas, esos montones de tierra y piedras que no sirven de nada, son los restos de su obra inacabada.

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Así, en la mitología guaraní, la creación y la destrucción se entrelazan en un eterno ciclo, recordándonos la importancia de cuidar y respetar la tierra y la vida que Ñamandu nos ha otorgado.

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